La sustancia (presión social por la perfección)

Tinta y tinte de una mujer

Valeria Aime Tannos Díaz

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| 15 Oct 2024 - 09:02hrs

A lo largo de mi vida he visto muchas series y películas que me han hecho reflexionar profundamente. Una de las últimas que me dejaron pensando fue la película Ruido de la directora Natalia Beristáin, de hecho, y analizándolo a detalle, las películas que me han dejado marcada por diversas situaciones son aquellas dirigidas o escritas por mujeres. Las películas más actuales tocan temas muy sensibles en la sociedad.


 


Justo la última película que vi fue la de “la sustancia” dirigida y escrita por Coralie Fargeat, por la cual ganó en el Festival de Cannes el premio a mejor guión y, más allá de hablar del mundo cinéfilo y tocar temas del séptimo arte, de los cuales no entiendo mucho, quiero hablar del tema social y de lo que engloba la película a rasgos generales.


 


Desde los primeros minutos entendí hacia donde iba dirigida la película y, sin saber quién la había dirigido, me habría parecido muy extraño que hubiera sido un hombre, ya que la perspectiva que maneja es muy real en cuanto al tema que la presión social hace con las mujeres. Conforme iba avanzando mi mente me llevaba al análisis de una metáfora social, cultural y por supuesto, machista, de lo que pasaba.


 


Voy a explicar, desde mi punto de vista, lo que sucedió en esas más de dos horas de arte puro. A las mujeres se nos ahoga con consumismo por la belleza, por la juventud, por la inalcanzable perfección que, de ninguna manera podemos alcanzar, ni siquiera las hermosas y talentosas actrices o modelos; detrás de eso hay mucha edición. Pero el tema principal del largometraje, desde mi punto de vista, es la edad.


 


Toca el tema de la edad escondido por una cortina de belleza y de un cuerpo perfecto, pero ahí mismo nos enseña que no es nuestra culpa tener esos sentimientos de miedo a envejecer y a perder todo aquello que podría ser bello. No es nuestra culpa temerle a llegar a los 30 o a los 40, 50 o 60. Toda nuestra vida se nos enseña que “juventud” es sinónimo de confianza, belleza y jovialidad.


 


Como ya lo he mencionado antes, los estándares inalcanzables de belleza son tan peligrosos que pueden llevarnos a la muerte, pero es tan sistemático y cambiante que podríamos no darnos cuenta. De repente empezamos a odiar parte de nosotras; de nuestra piel y nuestra textura que olvidamos justo las maravillas que nos brinda nuestro cuerpo con sus imperfecciones.


 


A las mujeres nos ahogan más con esa presión porque social y políticamente las mujeres somos “aquel ser hermoso” que viene a hacer la vida más bonita y que con sus atributos puede lograrlo casi todo, entonces ¿Qué pasa cuando te sale la primera arruga? ¿La primera cana? Y ¿Qué pasa cuando tus glúteos ya no están firmes o cuando tus senos empiezan a caer? Todo es un tracto natural.


 


La sociedad no lo ve como algo natural. Nos llegan a ver como un objeto al que cuando todo lo “bello” se le va, en automático debemos arreglar esos defectos para no caer en aquella “fealdad” que ya no nos hace buenas candidatas para que nos consuman. El ejemplo que ponen en la película es justo para la venta a una televisora y de todas las personas que te están observando o consumiendo.


 


Estamos constantemente sometidas a recibir esa información en la que debemos siempre vernos más jóvenes, con más energía y con todo perfectamente acomodado y liso. Nos enseñan que nuestra piel debe verse limpia, sin imperfecciones y sin ningún rastro de vello corporal, pero al mismo tiempo nos llega la “solución” a esos “defectos” que son inevitables.


 


Hoy en día tenemos muchos tratamientos y cirugías para tratar de detener lo que es natural en la vida humana y aún con esos arreglos que podríamos hacernos, se nos exige más y siempre se nos seguirá exigiendo más. Detrás de eso hay todo un mundo de consumismo, explotación y machismo puro que al final termina por acabar con nosotras.


 


El mensaje que me deja la película es que al final del día toda esa lluvia de belleza y juventud acaba con aquello que nos hace seres humanos y debo señalar que con los hombres no pasa lo mismo, al contrario, la sociedad nos ha enseñado también que la vejez en los hombres es sinónimo de estabilidad económica, de poder, soberbia, madurez y virilidad. Tanto así que los hombres canosos, grandes y tatuados se han vuelto parte de nuestro día a día.


 


Pero ¿Dónde quedamos nosotras? Quedamos estancadas tratando de ser perfectas y tratando de encontrar aquella sustancia que nos permita tener una versión más joven y hermosa de nosotras mismas, una que sea sinónimo de trabajo, de vida social y de prácticamente ser tomados en cuenta en el mundo. Tampoco es un secreto que hoy en día el mundo ve la vejez (para mujeres) igual que no pertenecer en el mundo.


 


No está mal querer vernos mejor, no está mal querer arreglarnos parte de nosotras, pero ¿Cuál es el límite? ¿Cuánta es la presión que la sociedad nos seguirá exigiendo? ¿Sabemos lo que seríamos capaces de hacer? Muchas de esas respuestas no las conozco, me sigo desenvolviendo en este mundo, pero de lo que sí estoy segura es que esas preguntan no surgen por si solas.


 


Llegar a conocer el límite que tenemos nosotras mismas puede ser difícil, sobre todo porque cuando creemos haber llegado a ese límite, llega otra vez la presión social a decirnos que no es suficiente, pero ¿En algún punto será suficiente? Yo creo que no. Solo nos queda cuidarnos a nosotras mismas, porque nadie más lo hará y debemos reconocer que no existe una sustancia que nos haga detener el tiempo o detenernos a nosotras.


 


 

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