Tercero InteresadoCarlos Arturo Tercero Solís |
| 06 Mar 2024 - 09:10hrs
Las recientes decisiones de política pública tomadas por los presidentes de Argentina y El Salvador, han reavivado el debate sobre la política identitaria, tema complejo y transversal sobre todo en un país como el nuestro, donde la riqueza y diversidad cultural a lo largo y ancho del territorio nacional se amalgaman para conformar nuestra identidad como mexicanos, sin duda, elemento fundamental en la lucha por la igualdad y justicia social, lucha que ha tomado siglos y ha acompañado la evolución y modernidad de las sociedades y que persiste en lo que hoy se percibe como postmodernidad.
En esa legítima lucha social, por supuesto que debe vigilarse siempre el salvaguardar los derechos humanos, la igualdad de oportunidades sin exclusión ni discriminación para los grupos vulnerables, marginalizados e históricamente excluidos, buscando en todo momento que el bienestar abarque a quienes menos tienen y a quienes más necesitan. Para ello, surgió la Política Identitaria, como respuesta al desafío de equilibrar los derechos y necesidades de las minorías con los de las mayorías, reconociendo las divisiones y tensiones que surgen en torno a las especificidades de identidad de cada sector social.
En México, dos de los aspectos más destacados de la política identitaria son la revaloración y reconocimiento de resarcir la deuda histórica con los pueblos originarios y con las mujeres, reconociendo sus derechos tanto individuales como colectivos; pues en ambos casos, han enfrentado por siglos la discriminación, la exclusión y la violencia, inconsistentes con la construcción de una sociedad justa e inclusiva. Sin embargo, la política identitaria, en sus expresiones más radicales, amenaza la unidad e identidad nacional, radicalización que parece exacerbarse ante el imperio de lo políticamente correcto, por encima de lo razonablemente cierto.
El exceso de cuidados y consideraciones a los grupos minoritarios, comienza ya a violentar los derechos de las mayorías, censura la verdad, ante la hipersensibilidad de aquellos que se ofenden por todo, incluso por llamar a las cosas por su nombre, e irónicamente desconocen y ofenden las tradiciones, valores y costumbres de inmensas mayorías, recurriendo frecuentemente a la sinrazón y la violencia.
La política identitaria es una vía positiva para concientizar sobre el respeto y tolerancia a las diversidades existentes en el conglomerado social, dispuesta para cerrar el paso a la discriminación y la violencia, pero de ninguna manera puede ser unidireccional, debe transitar de ida y vuelta; es decir, no se trata de promover únicamente los derechos y necesidades de las minorías, sino también de reconocer y respetar los derechos y requerimientos de las mayorías, buscando un equilibrio entre el respeto a la diversidad y la inclusión, y la preservación de la unidad y la cohesión social. Las acciones afirmativas por ningún motivo pueden tornarse en acciones impositivas.
Para lograrlo, es importante rescatar el valor de hablar con la verdad, la corrección política no puede ni debe censurar la libertad de expresión. Es cierto que nos debemos mantener en constante evolución, pero si la modernidad implica que como sociedad podemos, a través de la razón, conocer o al menos acercarnos a una verdad que es objetiva, más allá de los sentimientos y humores sociales, pues la verdad y la razón, no dependen de afinidades emocionales; luego entonces, la dinámica que está imponiendo la postmodernidad parece ser más una involución, pues se está sustituyendo a la verdad por narrativas de una ideología que los distintos grupos sociales utilizan para imponerse sobre los demás, de forma sectaria y totalitaria, donde pareciera que la emoción doblega a la razón.
Han comenzado las campañas electorales y con ello, partidos políticos y candidatos deben equilibrar la política identitaria al abordar las demandas y necesidades de los diferentes grupos y sectores sociales. Es momento, de resistir el embate de tendencias globales que merman la ancestral fortaleza de las y los mexicanos, arriesgando a que las próximas generaciones sean delicadas como el cristal y tan frágiles como un mazapán.
Carlos Tercero
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